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viernes, 6 de febrero de 2015

Antes y después de tener un sueño.

No es una verdad ni una teoría inquebrantable. Tampoco una ley que rija para todos por igual. Es nuestra experiencia, nuestro camino que nos enseña cosas como estas. Cosas como poder reconocernos siempre iguales pero transformados, cosas como aprender que uno elige la forma en la que quiere vivir y morir. Experiencias que nos sostienen firmes en la idea de que las decisiones no tienen vuelta atrás, de que la vida misma no tiene vuelta atrás, de que todo es un viaje de ida.
Decía, no es ninguna verdad pero queremos compartir con ustedes lo que sentimos al tener un sueño. Un sueño propio. Y digo un sueño propio porque aveces creemos (o nos hacen creer) que tenemos el sueño de tener una casa, un auto o un trabajo a la altura de lo que suponemos merecer. Pero en realidad estos suelen ser sueños ajenos, sueños comunes, válidos como cualquier otro, pero que escapan un poco al propósito que tenemos en la vida, a la razón por la que caímos en este mundo, rodeados de determinadas personas, en un momento particularmente indicado. Es más, ni los llamaría sueños. Para mi son objetivos, metas, logros a alcanzar. Pero no sueños.
Los sueños transforman. Te mantienen vivo. Te ayudan a no desviarte en atajos que conducen a cuestiones secundarias, accesorias, importantes para muchos pero inadvertidas para el soñador. Desde que tenemos el sueño de equipar y convertir a una vieja Kombi en un motorhome que nos lleve a conocer los secretos del continente de punta a punta, nuestras vidas cambiaron mucho. Encontramos en el sueño nuestro punto de inflexión, ese tan mencionado “antes y después”.
Antes de declararnos propietarios absolutos y con todos los papeles de esta hermosa locura que es viajar de Argentina hasta quién sabe donde, juntos, arriba de ese cachivache, nuestras vidas eran otras. Otras en donde podemos mencionar abiertamente y sin vergüenza cuáles eran los pilares que las sostenían. En el caso de Diego, un monstruo llamado pánico, con todos los síntomas sociales y físicos que eso conlleva. Una carencia de certezas que le impedían pisar sin miedo y que lo ayudaran a hacerle ver lo valioso que es y lo mucho que tiene para dar. Para Lucia, una vida marcada por el terror permanente de perder a sus seres más amados. Miedos e inseguridades de todo tipo, justamente por no saber aferrarse a lo que su corazón le dictaba, sino a lo que su cabeza le gritaba.
Sin embargo, desde que tenemos un sueño propio todo es diferente. Diego ya no pierde, ya no teme. Todo lo gana con el valor y confianza en sí mismo. Todo lo logra, todo es posible desde que tiene un sueño que cumplir. No hay pastillas, recetas ni especialistas que le enseñen como se vive más de lo que le enseña día a día el sueño de recorrer el mundo, de traspasar límites, de buscar siempre el norte. Lucia ya perdió lo que toda la vida temió perder. Pero tiene un sueño que la ayuda a seguir para adelante, a levantarse cada mañana cueste lo cueste y encarar la vida. Después de tener un sueño entendió que cuanto más te golpeas, más fuerte te haces y eso es motivo suficiente para intentar hacer que cada día valga la pena si tenés ese sueño en la lista de asuntos pendientes.
Tener un sueño canjea miedo por seguridad, dudas por convicción, utopías por estilo de vida. Muerte por vida, ansiedad por paz, desesperanza por fe.


Buscá tu sueño, seguro lo tenes ahí, con ganas de dejarlo salir. Y perseguilo, hacelo tuyo. Reconocete en él. Vas a ver que tus temores se empiezan a alejar, aunque nunca desaparecen, pero al menos vas a entender por fin que se puede convivir sanamente con ellos...


Que tener sueños sea una forma de ser, una manera de aprender que no se puede ser feliz todo el tiempo, pero que al menos tenemos una razón para seguir andando cuando parece que ese tiempo nunca se acaba...